«En mi juventud estuve en San Cayetano y flotaba en el ambiente el recuerdo de María Antonia, porque a ella le debemos ese santuario», dijo el Arzobispo de la Ciudad de Buenos Aires, Mario Poli, durante la misa que homenajeaba a María Antonia Paz y Figueroa (1730-1799), conocida como Mama Antula, tras cumplirse 100 años del traslado de sus restos a la Iglesia de la Piedad, en el centro porteño. Ella fue la responsable de traer al país la imagen del Patrono del Trabajo y con ella la devoción que él genera desde entonces en los fieles que cada 7 de agosto hacen interminables filas —algunos llegan a acampar durante días—para ingresar al santuario y venerarlo. ¿Cómo llegó el Santo al país?
Siendo muy joven, Mama Antula comenzó a trabajar con los jesuitas, colaborando en particular en la organización de ejercicios espirituales. Había recibido una educación que no era habitual en las mujeres de su época. Cuando la Compañía de Jesús fue expulsada del Virreinato, ella inició un peregrinaje por varias provincias difundiendo los ejercicios ignacianos y finalmente llegó a Buenos Aires donde durante 20 años se dedicó a predicar el mensaje de Cristo. Al dejar Santiago del Estero, María Antonia nombró a San Cayetano como patrono protector de su empresa evangelizadora por ser el Santo de la Providencia y le encomendó cuidar todas sus tareas. «Nunca en la Casa fundada por María Antonia (en Buenos Aires, que aún funciona en la avenida Independencia al 1100) faltó nada del sustento material y la primera imagen del Santo se veneró en la Santa Casa de Ejercicio casi desde su fundación en 1795″, asegura el sitio dedicado a la religiosa.
Pero la devoción por el Santo no pereció junto a Mama Antula, al contrario, fue creciendo porque la orden de las Hermanas Hijas del Divino Salvador mantenían la fe en la capilla de aquella Casa Santa que luego fue trasladada al barrio de Liniers, espacio en el que también levantaron un colegio y una capilla desde la que fomentaban la devoción al Santo de la Providencia. Sobre Cayetano, la historia cuenta que, en aquel siglo XVI hubo grandes sequías, y los chacareros del lugar recurrieron a él, en oración, para que los socorriera. Las súplicas fueron escuchadas y los fieles comenzaron a llamarlo el «Patrono del Pan y del Trabajo».
De esa manera nació y creció la devoción a San Cayetano que cada 7 de mes y en especial todos los 7 de agosto reúne a miles de peregrinos que acuden a agradecer las gracias y pedir salud y trabajo. El Santuario de Liniers —ubicado en Cuzco 150— es el que más cantidad de fieles recibe, pero el clamor se vive en todas las iglesias y parroquias del país. En la misma pared lateral del Santuario donde está la imagen de este santo se encuentra la de María Antonia.
Por la Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires (Avenida Independencia 1190) pasaron casi todos los hombres y mujeres de Mayo y otros próceres de nuestra historia. María Antonia era una mujer de elevada cultura para el estándar de la época ya que sabía leer y escribir y fue educada por los jesuitas a cuyo servicio se consagró.
Cuando la orden fue expulsada —por decisión del Rey de España y del Papa— María Antonia, entonces de 37 años, inició una peregrinación por varias provincias argentinas promoviendo la realización de los ejercicios espirituales ignacianos y manteniendo así encendida la llama del mensaje jesuita. Durante todo ese tiempo, además, intercambia correspondencia con los miembros de la orden dispersos por el mundo, informándolos de la situación en el virreinato.
El Vaticano está recopilando ahora esas cartas, que fueron traducidas por los jesuitas y reenviadas a lugares tan distantes del Río de la Plata como Moscú, Londres o París. Hay versiones de las cartas de María Antonia en latín, ruso, francés, inglés, alemán, entre otras lenguas.
Finalmente, el peregrinar de María Antonia la llevó a Buenos Aires, donde luego de golpear varias puertas, obtuvo el permiso virreinal para abrir una Casa de Ejercicios.
Mama Antula murió en 1799, pero la Casa de ejercicios siguió funcionando, incluso hasta hoy. La suya fue la primera causa de canonización que envió Buenos Aires a la Santa Sede, pero por años quedó «dormida», hasta la llegada del jesuita Jorge Mario Bergoglio al Arzobispado de Buenos Aires, cuando fue reactivada.