El Pbro. Juan María Retambay pasó a la historia por salvar a la antigua imagen de la Virgen de la crecida que se tragó a Loreto.
Juan María Retambay nació en Belén, Catamarca, el 24 de noviembre de 1877. Ingresó en los estudios preparatorios para el sacerdocio cuando aún era niño. Las disciplinas superiores del espíritu, filosofía y teología, hicieron madurar su brillante inteligencia. Se ordenó como sacerdote en Salta, y pasó a ocupar una cátedra en el Colegio Sagrado Corazón de Tucumán.
«Toda la vida de Monseñor Retambay estuvo llena de la plenitud de su celo apostólico en la unos y otros éramos como el hijo pródigo de la parábola evangélica, y él el padre que recibía a la oveja descarriada con infinito amor, dispuesto siempre a perdonar», comentó el historiador José Néstor Achaval, en su libro «Historia de la Iglesia en Santiago del Estero», de donde se extrajo la reseña de esta figura que fue una parte importante del clero santiagueño, aunque naciera en tierras vecinas.
Pero no es allá donde su temple y su vocación lucen con más brillo. Por entonces, Santiago del Estero no había recuperado su dignidad episcopal y dependía de Tucumán, cuyo pastor lo destinó como párroco de la vieja Villa de Loreto, donde continuó con el atento cuidado del secular santuario donde los santiagueños veneraban a la Santísima Virgen de Loreto.
Y durante veinte años el nombre del joven sacerdote catamarqueño se une al curato de Loreto, uno de los más antiguos y prósperos de la provincia.
LORETO
Es una página de historia conocida, la que le tocó vivir a Mons. Juan María Retambay. Tal vez él mismo hizo tañer las campanas para dar aviso a la población del peligro que se cernía sobre la villa. Es que las aguas del río Dulce, al crecer, se volcaban con furia incontenible por el canal de Tuama, amenazando a más de tres mil almas. «Esas avenidas de agua eran las lágrimas de los loretanos por lo que perdían para siempre». En esas peligrosas circunstancias, la sagrada imagen de la Virgen de Loreto fue sacada por su párroco al atrio del templo, para pedir que por su intercesión se calmara la furia de los elementos. Pero los designios del Señor eran otros. El párroco Retambay, en bote, logró salvar la venerada imagen, llevándola hasta la estación Loreto. Fue una tarea riesgosa en la que fue ayudado por don Clodomiro Hernández Herrera.
De la vieja capilla no quedó nada en pié; las arenas del río desbordado lo cubrieron todo. De suerte que el párroco Retambay inició la construcción de un nuevo templo en la nueva Villa San Martín o Loreto nuevo, como se lo llamaba, y en donde había prevalecido la ancestral denominación de Loreto, identificando así la población con la secular veneración a Nuestra Señora.
SACERDOTE DE PRESTIGIO
El prestigio del padre Retambay había crecido entre propios y extraños, tanto que en ocasión de la llegada a Frías del nuevo obispo diocesano, primero en la restauración de la diócesis, es a él a quien -por delegación de sus pares- le cupo el honor de hacer entrega el nuevo Pastor, de un rico bastón que le ofrecía su clero.
En 1926, el cuerpo de consultores designó al párroco loretano como vicario capitular y, en consecuencia, gobernador eclesiástico
temporario. En 1928, Monseñor Retambay fue designado párroco de la Catedral y luego su vicario general. De esta suerte, en 1951, pudo celebrar sus veinticinco años de vicariato, habiendo sido, en ese carácter, colaborador directo de tres obispos.
En su carácter de vicario general de la diócesis, participó en el Sínodo Diocesano, reunido en 1936, habiéndolo presidido en dos oportunidades. También fue miembro de la Tercera Orden de Santo Domingo.
Pese a su ancianidad venerable, con su cuerpo vencido por la lucha y el tiempo, pero lúcido su espíritu de luchador, entregó su alma al Señor el 17 de febrero de 1963, según lo consigna el Prof. Achaval. Sus restos descansan en el templo de Loreto, a donde fueron trasladados con posterioridad, y en cuya lápida dice que la fecha de fallecimiento es del 16 de noviembre de 1963, según los datos aportados por el párroco Alejandro Tenti.