La doctrina de la Iglesia sostiene que María fue liberada del pecado por obra de su Hijo. La Inmaculada Concepción hace referencia a que fue guardada de la mancha del pecado original desde el instante mismo de su concepción.
«El nacimiento virginal hace alusión a que Jesús fue concebido y nació no de la carne sino del Espíritu Santo», explican desde el catecismo católico. Para que María sea la Madre del Salvador debió ser «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante».
En el instante de la anunciación, el ángel Gabriel la saluda como «llena de gracia». Por ende, para poder llevar a cabo el «asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación» era necesario que ella estuviera totalmente conducida por la gracia de Dios.
Así, a lo largo de los siglos, la Iglesia llegó a comprender que María, favorecida con la gracia divina, fue liberada del pecado desde el momento mismo de su concepción.